Tema - Eucaristía ofrenda de Cristo.

Eucaristía ofrenda de Cristo – ofrenda de la familia.
LA EUCARISTÍA OFRENDA DE CRISTO, ES TAMBIÉN EL SACRIFICIO
Y LA OFRENDA DEL MATRIMONIO Y DE LA FAMILIA.
Mons. Alberto Sanguinetti Montero.

Versión Audio.


Versión Texto.
Antes que nada mi saludo para todos los que estamos reunidos de diferentes diócesis del país.
Gracias por entregar su tiempo y también apoyarnos unos a otros.

Los invito a comenzar invocando al Espíritu Santo y pidiendo el envió de su luz. 
Ven, Espíritu Santo, llena nuestros corazones…

Nuestra Señora, la Virgen de los Treinta y Tres, ruega por nosotros.…

Primero comparto el servicio que queremos ofrecer como Departamento de pastoral de familia y vida, y presento los momentos de este itinerario.
No quiere decir que todos estén obligados a seguir todo. Pero así está organizado.

Hoy: 1) una charla de presentación

y 2) entregamos unos subsidios para si lo desean seguir trabajando, sea individualmente,
sea en matrimonio, sea en familia, sea en grupo de matrimonios.  A su vez, esos sencillos
subsidios son de distintos estilos.

Después ya invitamos para la mañana del sábado 29 de agosto.
Veremos cuántos pueden hacerlo presencial y también lo compartiremos por plataforma ZOOM.
Esa mañana tendrá dos charlas: una más aplicada al matrimonio y la familia, que dará el  Padre 
Carlos Gutiérrez y otra más aplicada a la vida, sea en la comunicación de la vida, su
cuidado, su protección, que dará el P. Omar França.

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Ahora entro en el tema:
Eucaristía ofrenda de Cristo – ofrenda de la familia

Queremos proponer en primer lugar una mirada a la Eucaristía, a la Santa Misa, y
luego iluminar para que el matrimonio y la familia prolonguen la Eucaristía en sus vidas.
Por cierto, la Misa, la Eucaristía, es todo; Cristo presente y ofrecido, actualiza la
creación, el perdón de los pecados, la realización del hombre, la comunión en la Iglesia, el
mandato del amor, la alianza nupcial, la vocación de bautizados y confirmados como hijos
de Dios, la transformación del mundo, el comienzo de la vida eterna… y podría seguir
tomando dimensiones reales e importantes.

Por otra parte, nosotros comúnmente partimos de nuestra experiencia e idea de la
vida, de lo que nos parece es un ser humano, de nuestra concepción y vivencia del
matrimonio y de la familia. Luego iluminamos con alguna palabra del Señor, con sus
mandamientos, las enseñanzas de la Iglesia. Y eso está bien. Es un camino legítimo.
Incluso en los grandes temas, la familia, la vida, y su protección, tratamos de
argumentar a partir de la “moral natural”, casi poniendo entre paréntesis la luz de la fe. Lo

hacemos así, porque dialogamos con una buena parte de no creyentes. 
De algún modo Dios, Jesucristo, queda de lado, o queda para la intimidad.
En el centro: la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
Sin embargo hoy, sin cuestionar ese camino, les propongo el camino inverso. Partir del
centro de la fe y de lo más escandaloso: de la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Por
supuesto, es el Verbo creador y todo ha sido creado por él y para él. Jesús ha resucitado y
está glorioso a la derecha del Padre, y nos introduce en la vida eterna. Pero, como vamos a
tomar un punto focal, para renovarnos, proclamo la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
Sin quitarle su valor a nada, la propuesta es centrarnos en la ofrenda de Cristo, el
sacrificio de Cristo. Queremos contemplar cara a cara la cruz, la entrega de Jesús al Padre.
De todas formas vamos a mirar de frente que el camino de Cristo es su sufrimiento,
su muerte, y su gloria es la cruz.

Viéndolo así, desde ese centro, la Eucaristía, la misa es el memorial de su pasión,
es la actualización del sacrificio de Jesús en el calvario, siempre presente renovado.
Convengamos que el plan del amor de Dios es raro, parece descabellado: Cristo
crucificado. Dicho con palabras de San Pablo: no predicamos a otro sino a Cristo y Cristo
crucificado, burla para los gentiles y escándalo para los judíos (cf I Co 1,23).
Nuestra propuesta es mirar de frente el ‘sin sentido’ (necedad, burla) de Cristo
crucificado y el escándalo para la religión del éxito, del Dios que tiene que mostrar que
puede hacernos bien, de quien decimos fácilmente que porque 
nos quiere felices, no quiere que suframos.

Sin embargo, el Mesías debía según la voluntad de Dios padecer, 
sufrir, morir, para entrar en su gloria.
Es el Padre, que tanto amó al mundo que entrego a su Hijo Unigénito.
Es Jesús, el Hijo unigénito, que se entregó libremente por obediencia al Padre,
según su voluntad y amor.
Es la ofrenda de Cristo la que salva a los hombres, la que da el sentido y la verdad
más profunda de toda la existencia. Sí, esa muerte, y muerte de cruz, que es necedad para
nosotros los sabiondos, es escándalo para nosotros si buscamos a Dios fuera de la misma
cruz. El matrimonio, ha de estar centrado en la cruz, la familia, tiene como luz y guía la
cruz de Cristo. Como reza el lema de los cartujos: 
La cruz está de pie, mientras el orbe gira, da vueltas.

La Iglesia comienza el Triduo Pascual, en la Misa de la cena del Señor, cantando y
meditando este introito: Nosotros debemos gloriarnos en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo, en quien está nuestra salvación, vida y resurrección, por quien
hemos sido salvados y liberados.  Está inspirado el texto en la fuerte frase 
de San Pablo: “lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz 
de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para
mí, y yo para el mundo” (Gal. 4,14).

La cruz como ofrenda, sacrificio, el acto de Cristo en la cruz, que culmina toda su vida, 
es un acto de ofrenda a Dios, de sacrificio al Padre.

Debemos rescatar la palabra sacrificio, que en primer lugar no significa algo que
cuesta mucho o que duele, sino que significa ofrenda hecha a Dios. Dios nos hace
capaces de ofrecer y nos da lo que podamos ofrecerle dignamente y Él lo recibe
santificándolo, haciéndolo sagrado: sacrum facere, sacrificio.
Aunque está en el centro de toda relación con Dios, tenemos cierta resistencia a
la concepción del sacrificio, a hablar de sacrificarnos, entregarnos a Dios.
En parte con razón, por una mala comprensión de ello. No es que Dios nos pida
algo, para, en cambio, darnos algo. No es que se ponga pesado, exigente, para
hacernos sentir que es importante, y después nos regala alguna cosa. No.
Dios mismo se revela en el sacrificio. El Padre entrega al Hijo, y nos lo entrega,
y el Hijo se entrega al Padre por nosotros y nos entrega a nosotros con Él.
La ofrenda nos manifiesta la verdad de la libertad y del amor real. La libertad es
entrega, del tiempo, del cuerpo, de las fuerzas, de la atención. Cada vez que elegimos
nos entregamos, nos damos. Podemos entregarnos a nosotros mismos, podemos
entregarnos por los demás, al otro.

Nos ofrecemos a escuchar, a preparar la comida, a hacer un mandado, a dar
nuestro tiempo, para bien del otro, para tener remuneración para la familia. Nos
ofrecemos cuando perdonamos, cuando sufrimos por otro, cuando lo cuidamos. Nos
ofrecemos cuando festejamos ¡cuánta entrega tiene una fiesta! Dinero, tiempo,
atención. No significa siempre algo que nos cueste, que no queramos hacer, que no
disfrutemos. No, frecuentemente es gozosa la entrega, disfrutable. Ello no quita, que
sea entrega y que muchas veces también tenga sufrimiento, 
despojamiento, negación de sí mismo.

No hay comunión sin entrega. Uno se da, el otro recibe. Recibir es también
darse en posesión. Más aún para que haya comunión cada uno se da y es recibido,
mutuamente. Es una ofrenda y una acogida. Uno no recibe la entrega del otro, si no
quiere entrar en comunión… a no ser que sea un cínico o un aprovechador: esa es la
negación de la ofrenda y el recibir.

Nosotros recibimos de Dios la existencia y no cualquier existencia, sino la
existencia humana, con la capacidad de conocer y reconocer el don, de recibir y de
darnos. De esta forma el principio y fin del sentido de la vida del hombre, de la
comunidad humana es recibir y reconocer el don de Dios, cuidarlo y respetarlo, hacerlo
crecer y devolverlo en obediencia y gratitud. Se trata de recibir la ofrenda de Dios, con
agradecimiento, humildad, y devolvérsela en ofrenda de acción de gracias, obediencia
y amor. Es decir hacer de la vida y de nosotros mismos una ofrenda, un sacrificio
agradable a Dios. Muchas veces es con gran disfrute, otras tiene sufrimiento y fidelidad
desgarrador. Pero todo para el amor y gloria de Dios.

El máximo del don de Dios es que no sólo nos da la existencia humana con
todas sus bellezas y sus dones, que incluyen también sufrimientos, sino que se nos da
Él mismo. Dios se nos revela Padre de nuestro Señor Jesucristo y nos lo entrega para
que por la acción del Espíritu Santo seamos hechos hijos de adopción. La ofrenda de
Dios en su Hijo y en el Espíritu es total: Dios se nos entrega y se entrega por nosotros,
porque esa es su caridad, el amor que hemos conocido en Cristo, 
y se nos entrega en la Cruz.

Gloriarnos en la cruz de Jesús es antes que nada valorar su entrega y lo que
quiere entregarnos: a sí mismo, a su Padre, su Espíritu y su vida. Recibir esa entrega,
ese amor – no el que imaginamos – dejarse querer así, es dejarse poseer así. Es decir,
es morir a ser nosotros centro de nada, para que Jesús y, por Él, el Padre sea el centro
de todo. Así puede decir San Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no
vivo yo, sino que vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del
Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2,20).

La Eucaristía memorial de la pasión, 
sacrificio de Cristo para la vida del mundo.

Como dijimos al comienzo la Eucaristía, la Misa, tiene mil dimensiones, pero
quedémonos en el central. La Eucaristía es memorial de la pasión, de la muerte de Cristo.
No es un recuerdo de, una evocación de, sino que es la actualización de modo, misterioso,
sacramental, pero real de un Dios en cruz muerto.
Un memorial,  en el sentido bíblico,  es una rememoración 
que hace contemporáneo al hecho, que hace partícipe.

Cuando Jesús nos manda celebrar el misterio de su cuerpo y de su sangre no es una
simple representación que hacemos nosotros. No. Realmente es su sacrificio para que
nosotros participemos en él.

Más aún, en este memorial de la Misa, es Cristo mismo el que ora por boca de su
ministro consagrado y en Cristo que es el Amén del Padre se cumplen todas las promesas.
Y los que fuimos consagrados por el bautismo y la unción del Espíritu por Él decimos
Amén, nos unimos a su sacrificio, para gloria de Dios (2 Co 1,20; Ap 3,14).
En la misa es Jesucristo, crucificado y resucitado el que ofrece el sacrificio y el que
es ofrecido: el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo (Jn 6, 51). Tomen y
coman esto es mi cuerpo entregado por ustedes. Tomen y beban este es el cáliz de mi
sangre derramada por ustedes y por muchos.

Nos enseña San Pablo: “cada vez que comen este pan y beben este cáliz, 
anuncian la muerte del Señor hasta que venga” (1 Co 11,26).
Participar de la Misa es antes que nada creer apreciando el sacrificio de Cristo en la
cruz, que se actualiza en el altar. Y creer de tal modo que ese sufrimiento, esa muerte, esa
entrega, ese sacrificio al Padre es el sentido y la luz de toda la existencia.
Lo que es necedad para los gentiles y escándalo para los judíos, “para los llamados,
tanto judíos como griegos, es poder de Dios y sabiduría de Dios (1 Co 1,24).
Creerlo así, es lo que expresamos al decir amén. Es una afirmación que implica
antes que nada dejarme amar por el amor de Cristo crucificado, hasta pertenecerle
totalmente, dejarme, dejarnos poseer por él. Celebrar la misa, asintiendo al amor del Padre
en Cristo crucificado es también una muerte a nuestro ego, a ser el centro, para dejarnos
tomar por el Señor. Es reconocer con el Apóstol: “la caridad de Cristo nos apremia, al
pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y Cristo murió por todos,
para que los que viven ya no vivan para sí mismos, sino para aquel que por ellos murió y
resucitó” (2 Co 5,14-15). Esta conversión, este giro de nuestro corazón, nos libera del
pecado radical, que es ser el centro, vivir para nosotros mismos. El perdón de Cristo es
también un giro, una entrega, es volvernos nosotros sacrificio. Nosotros en Cristo,
sacerdotes de nosotros mismos, corderos purificados, para ser ofrenda agradable al Padre.
Por eso, enseña el Concilio en qué consiste 
la verdadera participación en la Santa Misa:

Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este
misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a
través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y actuosamente en la acción
sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Cuerpo del
Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia
inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen
día a día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, 
para que, finalmente, Dios sea todo en todos.

La explicación del lema del congreso eucarístico concluye así:

Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida; (Jn 6,55) 
Desde toda la eternidad el Hijo se entrega al Padre. Jesús no puede estar presente de otra manera
más que dando la vida, entregándose totalmente al Padre en sacrificio, como lo hizo de una vez
para siempre en la cruz. El sacrificio de Cristo en la cruz se hace actual y presente en cada misa.
El Espíritu Santo va transformando nuestro corazón para que podamos unir nuestra vida de
cada día, de un modo especial nuestros dolores, al sacrifico de Cristo para nuestro bien, el de
toda su Santa Iglesia y la humanidad entera.

El que come de este pan vivirá para siempre (Jn 6,58) 
Jesús se entrega al Padre en sacrificio por nosotros, 
es decir, para que nosotros, liberados de nuestros pecados, podamos
entregarnos al Padre y participando del sacrificio de Cristo tengamos la vida eterna. 
El amor cristiano hecho servicio concreto brota del sacrificio de la cruz 
y se une a él hasta el don de la propia vida
La Eucaristía, comunión con el sacrificio de Cristo, 
continuada en la vida matrimonial y familiar.
Del sacrificio de Cristo en la Misa, recibimos la plenitud de toda la vida, recibida
como don del Padre que nos entrega a su Hijo y derrama el Espíritu, para que tengamos ya
vida eterna, en justicia y santidad verdadera.
La comunión con el sacrificio de Cristo lleva a que toda la vida sea ofrenda
agradable al Padre.  El matrimonio, don de Dios que nos ha creado hombre y mujer, 
y que ha creado a  cada uno en particular, es rescatado de las consecuencias del pecado, 
y elevado a participar del don de Cristo y de la Iglesia. 

El matrimonio cristiano, sacramento de la alianza nupcial,
tiene su pleno sentido en el sacrificio eucarístico, de allí saca sus fuerzas, hacia él conduce
para ser ofrenda a Dios. La entrega mutua, la alianza matrimonial, la muerte a sí mismo, la
esperanza de vida eterna de un amor que venza la muerte. Todo el ser y la vida
matrimonial, toda la vida familiar en sus múltiples relaciones, renuncias, entregas, tienen su
fuente más real de significado, y su mayor posibilidad de realización como participación de
la cruz de Jesucristo y su centro sacramental en el santo sacrificio de la Misa.
Asimismo la comunicación de la vida y su cuidado, la entrega en la educación a
imagen del Padre de quien procede la verdad de lo que somos y para lo que estamos
llamados en Cristo. El respeto del otro, comenzando por el respeto a la vida humana en toda
circunstancia, la mirada del otro a la luz de la vocación a la eternidad, se fundamentan en el
árbol de la cruz y giran en torno al sacrificio eucarístico.

Así se realiza que la Eucaristía ofrenda sacrificio de Cristo, por la que somos
perdonados y consagrados, se vuelve nuestra ofrenda. En lo que queremos iluminar se
vuelve ofrenda del matrimonio y de la familia.

Llega a su plenitud si es ofrenda al Padre, sacrificio al Padre por Cristo en el
Espíritu. Todo por amor de Dios y para gloria de Dios, como Cristo se entregó para gloria
del Padre.
Inseparablemente la entrega a Dios se realiza en la entrega al prójimo, en este caso
en la vida familiar. Allí hemos de buscar lo bueno, lo que agrada al Padre, lo perfecto, para
entregarlo. Y al mismo tiempo el amor al prójimo ha de ser hecho para gloria de Dios, a fin
de que sea verdadero sacrificio, que es devolver el don a Dios en acción de gracias.
Sin embargo, no voy a desarrollar esta aplicación de la cruz y de su actualización en
el sacrificio de la misa, a la vida matrimonial, a la vida familiar, a la comunicación y el
cuidado de la vida. Por qué no lo voy a desarrollar ahora. Por dos razones:

1) Porque ese es el trabajo que le dejamos a ustedes. A cada uno, a cada
matrimonio, a la familia reunida, a los grupos de matrimonios. Renovarse
gloriándose en la cruz de Cristo, convirtiendo mente, corazón y vida. Creciendo
en ser sacrificio ofrecido a Dios en sus familias, que han de brotar y culminar en
el sacrificio de la Misa. Como ejemplo daremos algún material, pero es una
invitación libre.
2) El encuentro de la mañana del sábado 29 de agosto será precisamente el
desarrollo de esos temas a la luz del Sacrificio de Cristo.
a. 10.00: P. Carlos Gutiérrez: “la unión del matrimonio y la familia con
Cristo que se entrega por nosotros”
b. 11.00: P. Omar França: “La ofrenda de Cristo en la entrega y el cuidado
de la vida de los seres humanos”.

Hecha esa salvedad, propongo un texto de san Pablo que está dirigido a toda la
comunidad, pero de un modo particular se aplica a los matrimonios.
Rom 12, 1 Los exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcan sus
cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será su culto razonable.
2 Y no se acomoden al mundo presente,
antes bien transfórmense mediante la renovación de su mente,
de forma que puedan distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo
perfecto.
Les hago una brevísima explicación de las palabras, porque repito la profundización
les queda a ustedes.  
Ofrecer = entregar, dar. Cuando se ofrece a Dios es un en sacrifico. Ofrecemos lo
que de Él recibimos – purificado de pecado – para que si lo acepta se vuelva ‘sacro’,
pertenezca a Él y produzca la comunión con Dios y entre nosotros en Dios.

Cuerpos = sabemos lo que es ‘cuerpo’. Pero hay que incluir todo su significado.
Somos cuerpo espiritual o espíritu encarnado. Estamos consagrados en nuestro cuerpo por
el bautismo y la confirmación del Espíritu, y nos unimos en el cuerpo a la ofrenda del
cuerpo de Cristo. El cuerpo somos nosotros en vida, acción, entrega, comunión. Por ello
también el pecado en el cuerpo es más personal, es más grave. La entrega en el cuerpo es
más personal, somos nosotros (se puede profundizar en las catequesis de Juan Pablo II
sobre el cuerpo). En la Eucaristía cuando Jesús dice esto es mi cuerpo, es el cuerpo, que
incluye toda la persona divina hecha carne, manifestada y entregada. Entregada al Padre y
entregada por nosotros.

Víctima = lo que se recibe de Dios para ofrecerlo a Él en sacrificio, para que si lo
acepta dé el perdón, la comunión, la gracia, la vida divina. Cristo es sacerdote y víctima (=
cordero) en la cruz y en la Misa. Aquí nosotros en él, también sacerdote y víctima.
Viva = no ofrecemos algo (un bien, plata, un animal, que pueden ser signos), sino a
nosotros mismos, nuestra vida.

Santa
santificada por Dios, consagrada por la sangre de Cristo y la unción del Espíritu.

Agradable a Dios = se regala, se ofrece, lo que gusta al otro, aquí lo que agrada a
Dios, porque es don de su bondad y santidad. La obediencia filial no busca sólo cumplir,
sino agradar amorosamente al Padre.

Culto = los actos que se dirigen a la gloria y reconocimiento de Dios. El acto central
de todo culto es el sacrificio.

Razonable = según la verdad (a diferencia de los cultos paganos, idolátricos,
ideológicos). La verdad, el Logos, el Verbo, es el Hijo, Jesucristo. Él ha dado y da el culto
perfecto al Padre y nos une consigo, para demos culto, seamos adoradores del Padre en
Espíritu y Verdad (Jn 4,23-24).

Ofrecer el culto según el Logos, según Jesucristo, en el Espíritu de la verdad, pide una
conversión del corazón dela mentalidad, de las opciones (transfórmense mediante la
renovación de su mente). ¿Cómo? Apartándose de lo que no es según Cristo (no se
acomoden al mundo presente) para el sacrificio de la obediencia en la vida: la voluntad de
Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.
Aquí, San Pablo, no está hablando de la Misa, sino de la ofrenda, el sacrificio de
nosotros mismos, de nuestra persona y nuestra vida, que brota de la comunión con la cruz
de Cristo en el santo sacrificio de la vida.
Como les dije hasta aquí llego yo hoy. Quisiera – no dar una novedad mía- sino que
pueda ayudar a las dos puntas:
A renovar la participación en el Santo Sacrificio de la Misa, que es el mismo de la
Cruz, aunque de modo incruento, el del Hijo de Dios que hace lo impensable: muere por
nosotros. Y que nos quiere unir consigo, para que nos ofrezcamos en sacrificio con Él al
Padre.
A renovar la vida familiar, matrimonial, a la luz del sacrificio eucarístico. Para que
se realice lo que proclama el apóstol:
“La palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza; instrúyanse y
amonéstense con toda sabiduría, canten agradecidos, himnos y cánticos inspirados, 17 y
todo cuanto hagan, de palabra y de obra, háganlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando
gracias por su medio a Dios Padre” (Col 3,16-17).

Oremos.
Dios todopoderoso y eterno, que quisiste que tu Hijo sufriese por la salvación de
todos, haz que, inflamados en tu amor, sepamos ofrecernos a ti como víctima viva. Por
Jesucristo, nuestro Señor. AMÉN.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y
siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Alabanza a Jesús y a su Madre Virgen.
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3 comentarios:

  1. Muchas gracias por la charla de ayer. muy buena

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  2. Muy hermosa la charla y reflexiòn .Gracias Mons. Sanguineti, La comentamos con mi esposa y nos sentimos muy bendecidos al ser los Delegados Diocesanos Florida Durazno.
    Imprimiremos esta charla para compartir . Hasta el 29 de Agosto

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  3. Hola hace 2 días que no podemos entrar las actividades para hacer en familia! Cómo las puedo ubicar? Gracias

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Jesús, buena noticia.

El regalo más grande del Amor de Dios a su creación es Jesús, se presentó entre nosotros como una buena noticia para todos. En este espacio ...